Unos ojos serenos, curiosos por cada lujoso detalle, lento paseo hasta donde la luz era tenue y el mayor peligro un grisáceo animal demasiado tímido para cantar su nana.
Frente a aquella televisión se hallaban los dos, conversando en baja voz, hasta que fue solo ella la que quedó hablando en aquel corto minuto en el que él acercó sus labios.
Tan perfecto momento que las horas las fundió el fuego, tanta complicidad que difícil era respirar a un ritmo que no fuera unísono.
Tiernos gestos que acabaron con el rozar suelo de aquel pendiente... Y tras escuchar una fuerte voz, abrieron los ojos y se dieron cuenta de que aquello solo era otra escena para repetir, otro papel que habían interpretado demasiado bien, tanto que se sentían parte de él.
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